LA GEOPOLÍTICA DEL FUTURO: LAS GUERRAS POR LOS RECURSOS Y EL NUEVO IMPERIALISMO
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I.- Las guerras por los recursos y el viejo-nuevo panorama geopolítico1 Para desarrollar algunas ideas en torno a las guerras y las políticas belicistas como fundamento para sostener el actual sistema-mundo capitalista, valdría la pena reconocer nuevamente la importancia del discurso geopolítico, su bagaje teórico metodológico y la vitalidad crítico-analítica que lo acompaña. Independientemente de la gran variedad de enfoques y posturas teóricas en cuanto a la claridad normativa y la funcionalidad analítico-pragmática del concepto de geopolítica, resulta obvio que se trata de una palabra que “designa en la práctica todo lo relacionado con la rivalidades por el poder o la influencia sobre determinados territorios y sus poblaciones: rivalidades entre poderes políticos de todo tipo -no sólo entre los estados, sino también entre los movimientos políticos o grupos armados más o menos clandestinos- rivalidades por el control o el dominio de territorios de mayor o menor extensión” (Lacoste, 2009: 8). Pero, más allá de estos agentes tradicionales que componen el contenido geopolítico mencionados por el aclamando autor francés, la entrada del nuevo milenio puso de manifiesto el surgimiento y el dominio de una serie de factores procedentes de la economía capitalista que se incorporan a este discurso: las compañías trans y multinacionales, las instituciones financieras y su carácter prestamista, las grandes masas del capital privado y, finalmente, la imposición de la especulación bursátil y el trabajo inmaterial. Ya hace más de tres décadas Fernan Braudel había advertido que “el capitalismo tan solo triunfa cuando llega a identificarse con el Estado, cuando es el estado (Braudel, 1977:64). La mejor manera de comprobar dicha fusión fue, y sigue siendo, el imperialismo que ha evolucionado atravesando diferentes etapas, desde la violenta competencia entre Estados-nación imperiales hacia una especie de gestión hegemónica colectiva que, al romper el paradigma del capitalismo organizado, encontró en el fenómeno de “la guerra permanente” una forma de preservación del capitalismo mundial2. Además de “permanente”, el actual concepto de guerra tiene los claros propósitos de prevenir y eliminar cualquier obstáculo en el camino que recorre el capital en su aplastante misión de “universalizar” un modo único de producir la vida humana. De esta manera, la guerra permanente y preventiva que opera a escala global, lejos de ser una guerra imperialista tradicional, adquiere atributos propios de una especie de “policía imperial” con el fin de ordenar e impulsar el desarrollo capitalista en todos los rincones del planeta3. ¿Cómo se ha llegado a esto? Para responder la pregunta, en primer lugar, habría que apoyarnos nuevamente en el concepto del imperialismo como un factor permanente en el desarrollo del sistema-mundo capitalista. En un segundo lugar, valdría la pena detectar en qué momento y bajo qué condiciones históricas este imperialismo se volvió ecológico. Aclarar estas dos cuestiones facilitaría, en gran medida, entender el origen de las actuales guerras por los recursos y, eventualmente, ayudaría a buscar la manera de enfrentarlas y, tal vez, eliminarlas. 1. Empezaríamos con el rescate de una vieja idea de Marx según la cual el capital no es una cosa material, sino una determinada relación social de producción. Ahora bien, lo anterior viene a comprobar que el capitalismo se distingue de las demás formas sociales en su capacidad de extender la dominación más allá de los límites de la autoridad política a través de los medios puramente “económicos”. El impulso capitalista hacia una auto-expansión depende de dicha capacidad que se expresa en la dominación de la clase capitalista por un lado, y en el imperialismo capitalista por el otro. En esta perspectiva el capitalismo ha sido desde sus inicios un sistema polarizante por naturaleza y, dicha polarización le ha otorgado un carácter imperialista desde sus orígenes. En otras palabras, la construcción de los centros dominantes y las periferias dominadas era propia del proceso de acumulación del capital operante a escala mundial, basado en lo que Samir Amin ha llamada “la ley de valor mundializada” (Amin, 1997). Ahora bien, cabe destacar que el capitalismo no es sinónimo de “economía de mercado”, como lo propone el canon liberal. El concepto extendido de economía de mercado, o de mercado generalizados, no se corresponde en absoluto con la realidad, es solo el axioma básico de la teoría de un mundo imaginario, en el que viven los “economistas puros”. El capitalismo se define a través de una relación social, que asegura el dominio del capital sobre trabajo donde el mercado aparece como un elemento secundario. En medio de todas estas afirmaciones se dibujaba una nueva geografía del poder mundial fundamentada en las transiciones hegemónicas que partieron del domino ibérico de los mares, seguido por la supremacía comercial holandesa para llegar a los puntales industrial e imperial de la hegemonía británica y, finalmente, al ascenso del dominio global del capitalismo corporativo de estilo estadounidense (Arrighi y Silver, 2001). 2. Históricamente visto, los sistemas económicos siempre mostraban una fuerte tendencia de integración con respecto a las sociedades que les correspondían, pero el advenimiento del capitalismo modifica a esta situación. Desde sus inicios la economía capitalista se ha venido independizando cada vez más de la sociedad. El resultado más visible de este proceso es un sistema autorregulador de la economía de mercado. Se trata de una “gran trasformación” (Polanyi, 1992). La economía deja de concebirse como “una manifestación social, como el proceso de explotación de la fuerza de trabajo o de la transformación de materiales y energía” (Altvater y Mahnkopf, (2002: 52). Lo que en una primera etapa fue simplemente una transición a la economía de mercado, en una segunda etapa se volvió un complejo proceso de internacionalización y globalización económica, extendiendo el fenómeno de la mercantilización hacía, prácticamente, todos los campos de producción/reporducción de la vida social4. Se observa una evolución del sistema global que “transcurre con un control cada vez mayor por parte del mercado y, por lo tanto, del dinero: la desinserción global” (Altvater y Mahnkopf (2002: 53). El creciente ritmo del flujo de bienes, servicios, activos financieros, información y tecnologías provocó un cambio sustancial en la relación entre el poder y el espacio. El primero ya no es un poder convencional que opera simultáneamente en diferentes áreas de la condición humana persiguiendo una gran variedad de fines, sino algo que adquiere paulatinamente atributos que le permiten ejercer su dominio sobre el conjunto de la vida en general. Es una especie de biopoder, tal y como fue anunciado por Foucault y reintroducido recientemente por Hartd y Negri (2000). Su escenario es la biopolítica, herramienta favorita de un nuevo capitalismo que nos permite producir lo que a su vez compartimos y que dicha producción no se limita tan solo a los bienes materiales sino que se extiende a todas las facetas de la vida social y a cada pliegue de la existencia humana. Estamos ante un proceso que Habermas (1981, sobre todo en vol. 2: 489 en adelante) hace ya varias décadas denominó como “colonización del mundo de vida”, perpetrado por las lógicas estratégicas sub-sistémicas del Estado y el mercado que someten prácticamente todas las formas de la vida histórica moderna a los dictados de las grandes burbujas de la mercantilización y burocratización absolutas. 3. Antes de entrar al tema de las guerras por los recursos, se impone la necesidad de enfatizar la cuestión del imperialismo ecológico y su dialéctica geoeconómica internacional. Nuevamente aquí reaparece la vieja idea de Marx sobre la producción del mercado mundial como algo inherente al capital (Marx, 1971). Es decir, la globalización como un fenómeno en potencia, siempre ha sido parte del modo de producción capitalista y su naturaleza social, independientemente de su acelerada expansión en los últimos cincuenta años. Puede decirse entonces, que “la economía capitalista es en principio geo-economía y sus actores pugnan en todos los frentes” (Altvater; 2011: 90). Se trata, pues, de un sistema espacial basado en el principio de competencia que a menudo tiende a las prácticas monopólicas. Y a partir de ahí, surgen dos lógicas que difieren en cuanto a las motivaciones e intereses de los agentes que las usan para lograr sus propósitos. Por un lado está la lógica del capital (representada por los fenómenos como la mercancía, mercado, acumulación, ganancia), que opera en un conjunto espacio-temporal sin límites, con carácter supranacional y tipos de poder más allá de cualquier principio de territorialidad. Por el otro, se encuentra la lógica de un poder político estado-céntrico, aun de corte nacional y totalmente sumido a la dinámica territorial. Una vez confrontadas y personificadas en las figuras del capitalista y el político, estas lógicas conducen a una serie de conflictos inevitables que hoy en día nos obligan a replantear la relación entre el imperialismo clásico y el nuevo imperialismo con un énfasis especial puesto en la dimensión ecológica de este último5. En suma, el problema se concentra en dos fenómenos estrechamente vinculados (la volatilidad del capital vs. anclaje territorial) llenos de tensión mutua y, aparentemente, sin una solución efectiva dentro de la estructura del sistema-mundo capitalista actual. Durante varios siglos, el imperialismo clásico mantuvo este conflicto sometido a un control de los mecanismos políticos que operaban en escala internacional. Básicamente, dicho control se reflejaba en: 1) las relaciones entre países capitalistas avanzados (“rivalidad inter-imperialista”), 2) el impacto del capitalismo sobre las formaciones sociales no capitalistas (articulación de modos de producción), y 3) la opresión de pueblos subyugados por el poder del capital (la “cuestión nacional”). El imperialismo clásico le dio una nueva dimensión (geográfica) al proceso de polarización de mercancías como la condición fundamental de la producción capitalista. La acumulación originaria tan sólo era una fase temprana en la que la expropiación violenta, el vulgar pillaje y el fraude pasaron de ser un simple proceso histórico de la violencia social y política para convertirse en un mecanismo de represión y explotación que dio lugar a un sistema colonial diseñado para transferir los recursos y las riquezas desde la periferia al centro del sistema-mundo capitalista. Todo este periodo tuvo también una dimensión ecológica que, primordialmente, consistió en la destrucción -en gran parte desapercibida- del medio ambiente de los nativos sometidos la colonización europea de gran parte del resto del mundo6. Desde luego, no tan solo se trataba de un cambio radial del paisaje, producto de un simple “encuentro” entre dos regiones del mundo hasta entonces separadas geográficamente; también aparece una nueva configuración-división del mundo, organizada mediante las relaciones jerárquicas entre un centro y una periferia de naciones, que ocupan lugares fundamentalmente diferentes en la división internacional del trabajo. La dominación y la dependencia llegarían ser las características más visibles de este sistema mundial. El propio Marx ya intuía que las transferencias del valor económico iban a generar los flujos “ecológico-materiales” que, a su vez, modificarían sustancialmente tanto las relaciones entre el campo y la ciudad, como aquellas entre las metrópolis globales y la periferia. La pugna por el control de estos flujos se volvió el punto nodal de la competencia entre centros de poder industrial y financiero que rivalizan entre sí. Hay pues, un estrecho vínculo entre el imperialismo ecológico y las guerras por los recursos. Romper dicho vínculo, implicaría tal vez, en palabras de Elmar Altvater, “el fin del capitalismo tal y como fue conocido” (Altvater, 2011). II.- La geopolítica del nuevo imperialismo y las guerras por los recursos como forma de apropiación en escala global. De acuerdo con lo anterior, las actuales guerras por los recursos no son simplemente un residuo indeseable da la disfuncionalidad de la lógica del capital. Se trata, más bien, de un escenario sumamente complejo y con diversas manifestaciones que no siguen un impulso lineal y de fácil explicación. Países enteros con recursos saqueados; ecosistemas transformados; movimientos masivos de trabajo y población dependientes de las economías nacionales de corte extractivista y de transferencia de recursos; explotación desmedida de las vulnerabilidades ecológicas de ciertas sociedades para promover un mayor control imperialista; descarga de desechos contaminantes que amplía la profundidad de la brecha entre centro y periferia; son factores que conducen hacia una “discontinuidad metabólica” aguda que, una vez expandida globalmente, se vuelve la característica principal de la relación entre el capitalismo y el medio ambiente, poniendo al mismo tiempo y paradójicamente, freno al desarrollo capitalista. Con el fin de la Guerra Fría, la desintegración del bloque soviético y la supuesta victoria del capitalismo mundial (democracia parlamentaria, ideología liberal, mercado libre y valores occidentales), el mundo entraba a una nueva fase evolutiva casi siempre identificada como el “nuevo orden mundial”. El hecho de que por primera vez en la historia del estado moderno nacional, las principales potencias mundiales no estaban involucradas en una rivalidad geopolítica y militar directa, generó cierta sensación de optimismo en cuanto a la posibilidad de lograr una paz mundial duradera y encaminada a la prosperidad general. Sin embargo, a unos cuantos meses de la caída del Muro de Berlín comenzará un periodo plagado de guerras que, independientemente de su origen, naturaleza y desenlace formarán parte de la internacionalización de imperativos capitalistas7. Desde la Guerra del Golfo 1990/1, pasando por la destrucción de la ex Yugoslavia 1991-1995, bombardeos masivos contra Serbia y Montenegro mayo-junio 1999, la invasión de Afganistán 2001 e Irak 2003, hasta la intervención en Libia 2011, las guerras civiles en Siria 2011 y Ucrania 2014, por mencionar tan solo algunos ejemplos, se construye un panorama de asombrosa y crónica inestabilidad en materia de seguridad internacional. ¿Cuáles son las causas de tanta violencia extrema de corte sistémico en un escenario aparentemente libre de las tensiones generadas por la confrontación de grande bloques o potencias hegemónicas de carácter global?
A diferencia del imperialismo clásico que procuraba extender la soberanía de los Estados-nación más allá de sus fronteras administrativas usando mecanismos de presión político-militares, económico-financieros y socioculturales, el nuevo imperialismo no está diseñado para conquistar territorios o derrotar a los rivales. Nada de expansión territorial ni dominio explícito de rutas comerciales. ¿De dónde viene, entonces, esta enorme capacidad militar con un alcance global sin precedentes que exhiben los grandes centros del poder hegemónico tradicionales?8 ¿Por qué los Estados Unidos en la actual configuración de los poderes globales necesitan abarcar más de 40 por ciento de los gastos militares del mundo, sabiendo que, al mismo tiempo, este país padece de importantes carencias económicas en su interior? Una posible respuesta consistiría en el hecho de que el nuevo imperialismo no tiene objetivos tan claros y finitos como su hermano mayor de principios del siglo XX. ¿Será que el dominio ilimitado de una economía global, y de los múltiples estados que la administran, requiere una acción militar sin fin, en sus propósitos o en el tiempo? Es aquí donde entra a colación la nueva ideología de la guerra sin fin cuya tarea consiste en responder a las necesidades particulares del nuevo imperialismo. Una guerra total e infinita, no necesariamente una guerra continua, más bien una guerra indefinida en su duración, sus objetivos y su alcance espacial. Sería una guerra sin fronteras siendo la respuesta a un mundo sin fronteras. Es así como nació el sintagma de la guerra global preventiva contra el terrorismo (incluidos los estados “canalla”). En respuesta a los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001, surgió un año después la doctrina elaborada por los asesores más cercanos de, en aquel entonces, presidente estadounidense, George W. Bush. Elevada al rango oficial, esta doctrina vio la luz en forma de la Estrategia de Seguridad Nacional, un documento que propugnó el intervencionismo unilateral y la exclusividad del ataque preventivo, en cualquier momento y lugar pasando por alto el corpus del derecho internacional buscando evitar así cualquier desafío al poderío de los Estados Unidos. Ahora bien, el capital global sigue requiriendo de los estados nacionales. Ellen Meiksins Wood afirma con mucha razón que, “en este mundo globalizado en el que se supone que el estado nacional está muriendo, lo irónico es que, como el nuevo imperialismo depende más que nunca de un sistema de múltiples estados para mantener el orden global, es más importante que nunca tener en cuenta las fuerzas locales que los gobiernan y, cómo lo hacen” (Meiksins Wood, 2003: 184). ¿Por qué sucede esto? ¿De dónde proviene tanta importancia de las fuerzas locales? Primero, habría que tener en consideración que el derecho no es ningún sinónimo de legitimidad, sino que se constituye como una forma de poder coactivo y de dominación de un grupo sobre el resto de la sociedad. Desde los tiempos muy antiguos, las sociedades valoran su seguridad interna en base a la buena fortuna y a los criterios de escasez que de ella se desprenden. Lógicamente, la escasez equivale a una condición de impotencia que todo Estado quiere evitar. La desgracia que provoca cualquier subida de precios por falta de materias primas o, en algunos casos de alimentos, obliga a los estados movilizar los mecanismos de coerción jurídico-disciplinarios internos para amortiguar el desabastecimiento generado por la escasez. En segundo lugar, y como consecuencia de esto, la autoridad del Estado sólo puede perdurar con la necesidad de llevar la guerra hacia fuera de sus fronteras, enfrentando de esta manera, cualquier amenaza, política, militar, biológica o de alguna otra índole. Hoy en día, prácticamente todas las guerras son una lucha por el poder que versa sobre los siguientes tres ejes: el control territorial, la riqueza natural y las personas que producen dichas riquezas. En suma, todas las guerras en la actualidad, se inscriben en la dinámica de la producción del capitalismo histórico con el fin de dar continuidad a la reestructuración social, económica y política de las formas de acumulación requeridas por las potencias hegemónicas en turno. Se trata, pues, de un fenómeno que, inserto en un marco analítico puede ser enfatizado mediante: 1) la dimensión espacial de la economía-mundo capitalista que opera en un espacio único de acumulación que ordena los flujos económicos, financieros y monetarios organizando las actividades de producción y distribución de acuerdo con una lógica unitaria de explotación, jerarquización y estratificación; 2) la dimensión temporal del sistema-mundo capitalista en su “larga duración” (Braudel), cuya trayectoria de más de cinco siglos, permite caracterizarlo como un conjunto de procesos entrelazados por ciclos sistémicos de acumulación y sus respectivos modelos hegemónicos que, en diferentes momentos, habían impuestos un determinado orden global. La primera dimensión sugiere que las guerras por los recursos serán inevitables, mientras que la segunda advierte sobre su prolongada duración.
El capitalismo de la modernidad clásica se centraba en la valorización de las grandes masas del capital material fijo y una explotación “normal” de las fuerzas de trabajo, hecho que permitía un mayor despliegue de la producción de plusvalía relativa y las ganancias distribuidas con cierta proporcionalidad. Esto fue posible porque los circuitos de diferentes tipos de capital operaban tan sólo en escala local y, en algunas ocasiones, llegaban al nivel regional, pero con muy poca intersección entre sí. Pero, durante el siglo XX una serie de fenómenos nuevos abrieron paso al capitalismo “organizado”, donde los flujos monetarios, los medios de producción, los bienes de consumo y la fuerza de trabajo lograron establecerse dentro del espacio estado-nacional. Los mercados de mercancías, de capital y de fuerza de trabajo se insertaron en las economías nacionales. Se trataba de un periodo transitorio hacia el capitalismo “desorganizado” con la producción de tipo fragmentado y una acumulación flexible expandidos a escala internacional. A finales del siglo XX, aumentan el comercio global, la inversión extranjera directa y, sobre todo, los movimientos financieros globales. El acelerado proceso de financiarización de la economía-mundo capitalista puso en evidencia la imposibilidad de satisfacer el imparable apetito de las finanzas globales a través de los clásicos patrones de explotación de la fuerza laboral. Así fue como surgieron las nuevas formas de apropiación al margen de la producción. La que más nos interesa aquí es la apropiación como desposesión9. Las guerras por los recursos son su más drástico y descarado reflejo. Veamos primero algunas características de la apropiación por desposesión para, posteriormente, detectarlas en algunas guerras que recientemente marcaron el inicio de un “nuevo orden global”. Las prácticas que, con mayor frecuencia integran al proceso de desposesión son: “la mercantilización y privatización de la tierra y la expulsión forzosa de poblaciones campesinas; la conversión de formas diversas de derechos de propiedad (comunal, colectiva, estatales, etc.) en derechos exclusivos de propiedad privada; la supresión de los derechos sobre los bienes; la mercantilización de la fuerza de trabajo y la eliminación de los modos de producción y de consumo alternativos (autóctonos); procesos coloniales, neocoloniales e imperiales de apropiación de activos (recursos naturales entre ellos); y por último, la usura, el endeudamiento de la nación y, lo más devastador, el uso del sistema de crédito como medio drástico de acumulación por desposesión (Harvey, 2004: 116).
Todas estas medidas son fáciles de observar en varios casos de guerras cuyo principal propósito tenía que ver con la captura de los recursos naturales por medios militares. Las guerras de Kosovo en 1999, Afganistán 2001, e Irak en 2003 y, sobre todo, la situación que atraviesan estos tres países en la actualidad, ponen en primer plano el modus operandi del nuevo imperialismo como militarismo excesivo. En el caso de Kosovo, los bombardeos masivos perpetrados por la OTAN entre marzo y junio de 1999, tuvieron forma de una “intervención humanitaria” para, supuestamente derrocar el régimen de Slobodan Milosevic y su política de limpieza étnica contra la población albanesa en la sureña provincia serbia de Kosovo. La guerra que nunca fue declarada contra República Federal de Yugoslavia (en aquel entonces compuesta por Serbia y Montenegro) implicó la mayor movilización militar en el suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial. El epílogo es conocido10: el régimen de Milosevic no cayó por causa de guerra sino, un año después debido a las protestas masivas internas que lo obligaron a renunciar; una vez retirados el ejército y la policía yugoslava, en Kosovo comienza la brutal violencia contra la población serbia finalmente expulsada de sus hogares, convirtiendo todo el territorio kosovar en un espacio étnicamente homogéneo. A pesar de proclamar su independencia en 2008, Kosovo sigue siendo un protectorado sin plena soberanía, sumido en el caos institucional y la pobreza que padece la mayoría de la población local. La economía formal en ruinas se mantiene mediante donaciones, inversiones extranjeras de dudosa procedencia y actividades de orden criminal, principalmente tráfico de drogas, armas y personas. Ejecutada al margen de la legalidad internacional y con una carencia total con respecto a la legitimidad y el apoyo en la opinión pública mundial, la guerra de Kosovo obligó a las potencias occidentales buscar una justificación para su intervención militar escudándose detrás del siempre polémico entramado jurídico de un caso sui generis. Pero, ¿qué se esconde en todo esto? Con el motivo de conmemorar el quince aniversario de la guerra, el año pasado el gobierno de Serbia publicó un documento en el cual se estipula que, tan solo en el sector energético, el Estado serbio perdió propiedades en Kosovo cuyo valor supera 1,5 miles de millones de dólares. El complejo minero Trepca, al norte de la provincia, alberga importantes cantidades de siete minerales estratégicos (plomo, cinc, plata, níquel, mengano, molibdeno y boro) cuya explotación y transformación en energía eléctrica podría alcanzar un valor mayor a 900 mil millones de dólares11. Un caso más de expropiación por desposesión es la base militar estadounidense Bondsteel, en las inmediaciones de Urosevac, el complejo militar más grande que Estados Unidos construyó en el extranjero desde la guerra de Vietnam. En un principio este lugar alojaba más de 50000 personas con una impresionante infraestructura extendida en 2500 hectáreas. Oficialmente, la base es administrada por las fuerzas de KFOR12 que ejercen el uso de suelo sobre la parte pública del terreno sin compensación alguna y pagando una cantidad de 220.000 euros de renta anual a los, aproximadamente 140 propietarios privados albaneses. Decenas de propietarios serbios, expulsados de Kosovo y desplazados a Serbia central y los países de la región, perdieron sus tierras fértiles convertidas hoy en un suelo semidesértico y contaminado debido a las actividades militares13. La Guerra de Kosovo marcó un definitivo adiós al mundo bipolar y, al mismo tiempo, anunció la gran crisis del orden internacional posterior a la Guerra Fría, inaugurando al nuevo militarismo como uno de los pilares de los poderes hegemónicos globales. Un segundo capítulo de que dio continuidad a este proceso, fue la invasión y ocupación de Afganistán en 2001. En represalia por los atentados del 11 de septiembre del 2001, Estados Unidos emprendió una de las más grandes operaciones militares en últimas décadas con el fin de desmantelar la red terrorista de Al-Qaeda, capturar a su líder Bin Laden y contrarrestar cualquier intento de desafiar la indiscutible expansión del poder imperial estadounidense. A diferencia de Kosovo, en esta ocasión los bombardeos selectivos fueron acompañados con la incursión terrestre de las tropas de Estados Unidos y la Gran Bretaña que meses después iban a obtener el apoyo de una coalición de compuestas por varios países. En el momento de inicio de la guerra, el 7 de octubre de 2001, no existía ninguna decisión que tuviera el peso jurídico necesario para avalar la agresión a un país soberano y, mucho menos, un amplio consenso a nivel internacional que imprimiese un sello de legitimidad a la intervención. En un principio Estados Unidos alegó al derecho de legítima defensa mediante una controversial interpretación del artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas para que, posteriormente, el Consejo de Seguridad convalidara la operación de las fuerzas de coalición para asegurar la capital Kabul y la permanencia necesaria de las tropas invasoras en el país14. Desde 2001 a la fecha, el ataque represalia poco a poco ha ido cobrando la forma de un proyecto geopolítico con claras ventajas geoestratégicas a largo plazo. El verdadero propósito de la presencia de Estados Unidos en la zona de Asia Central consiste en: el abrazo estratégico del Mar Caspio15; el despliegue y control militar de las zonas implicadas al terrorismo internacional; la presión hacia Rusia y la aspiración a los recursos concentrados en Siberia; cercanía con la frontera china para realizar operaciones de vigilancia, monitoreo y, de ser necesario, intimidación. Antiguo corredor natural que, durante siglos, permitía a los conquistadores y comerciantes trasladar sus tropas y mercancías del Este y Oeste y viceversa, hoy en día Afganistán continua siendo un importantísimo cruce de rutas en Asia, hecho que le permite figurar en el actual mapa-mundi como un lugar de extrema sensibilidad geopolítica. Uno de los ejemplos más destacados que, tristemente confirma este panorama, es la producción y el tráfico ilegal de drogas que genera este país. En 2007, Afganistán produjo 8200 toneladas de opio, cifra que representa 53% del PIB nacional y el 93% del tráfico de heroína a nivel mundial16. Es de sobra conocida la lucha contra las drogas que impulsan los Estados Unidos y sus aliados europeos, sobre todo en Asía y América Latina, pero cómo explicar que en 2001 bajo el régimen talibán el cultivo de opio apenas se extendía a 8000 hectáreas y que en 2007 con la presencia de tropas invasoras, dicha actividad abarcó más de 193 000 hectáreas (UNODC, Afganistán Opium SUrvey 2009; Summary Findings)17. Curiosamente, Afganistán y Kosovo comparten la ruta del opio a través de las redes mafiosas sin Estado, como es el caso de los Amos de Guerra afganos o las bandas albanesas que financiaban al Ejército de Liberación Kosovar (UCK); ambos casos demuestran el lado perverso del tráfico de drogas que se refleja en el financiamiento de conflictos armados y teniendo como consecuencia el fenómeno del “Estado fallido”18 tan presente en la descripción y adopción de medidas represivas que orientan la política exterior estadounidense. Ni Afganistán, y mucho menos Kosovo, pueden presumir hoy en día que las intervenciones militares en sus territorios trajeron paz, prosperidad económica y una democracia consolidada tal y como fueron prometidas antes de la guerra. Finalmente, la guerra en Irak fue el evento que impuso definitivamente el nuevo militarismo como modelo de dominio territorial violento, usurpación de las riquezas de las naciones invadidas y el control de la explotación y distribución de los recursos estratégicos. En este caso la fuerza militar no sólo fue utilizada para invadir, ocupar y/o usurpar la riqueza natural de un país, sino también para disciplinar su comportamiento financiero19. Cuando en el año 2000 Sadam Hussein introdujo el patrón euro en las transacciones petroleras iraquíes, Washington interpretó esta medida como una clara señal de ataque al régimen financiero Dólar – Wall Street y a la estabilidad del mercado global de energéticos. Ya estaba en curso el grave deterioro de las relaciones bilaterales, las acusaciones mutuas y una crisis encaminada hacia un conflicto bélico de gran escala, pero en aquel momento, el mayor temor de Estados Unidos no era la presunta existencia (por cierto nunca comprobada) de armas de destrucción masiva en manos del gobierno de Irak, sino la posibilidad de que otros países exportadores de petróleo, sobre todo algunos miembros de la OPEP, siguieran el ejemplo iraquí eliminando el dólar en sus transacciones petroleras. Resulta curioso que, actualmente, la parte de la presión político-diplomática (incluida la militar) que Estados Unidos ejerce sobre Irán, Siria o Venezuela, tiene que ver con la supuesta autonomía financiera que estos países lograrían deslindándose del sistema petrodólar. Ahora bien, a 12 años de la invasión, queda claro que las motivaciones estadounidenses eran el petróleo y la venganza. Con la producción de 2.987.000 barriles por día y las reservas probadas que superan 141.400.000.000 barriles en total, Irak sigue siendo un proveedor sumamente atractivo porque su petróleo es de gran calidad y su extracción es fácil y barata20. En ese sentido, la operación militar en Irak desde la década de los noventa a la fecha cumplió cabalmente con el propósito de apoderarse del crudo iraquí y, de esta manera, controlar la gran parte del mercado energético mundial. Sin embargo, los efectos de esta guerra pusieron en evidencia las grandes debilidades de un orden internacional cuyas secuencias aún son detectadas hoy en día: el progresivo deterioro del derecho internacional; el mantenimiento de la crónica inestabilidad política, económica y, sobre todo, en materia de seguridad en las regiones proveedoras de recursos estratégicos; la persistencia artificial de los marcos institucionales a escala global, basados en relaciones de jerarquía y uso excesivo del poder coercitivo; el mantenimiento de la desigualdad extrema entre naciones y, a veces, regiones enteras, con respecto a las vías de acceso a los capitales, la tecnología, la información, los servicios de salud u educación que, en gran parte del mundo, son condicionados con los prestamos impuestos por las alianzas entre los gobiernos locales y las organizaciones financieras funcionales a los intereses de las grandes potencias hegemónicas. Podrían parecer extrañas las recientes declaraciones de los candidatos a la presidencia estadounidense para el periodo 2016-2020 que calificaron su apoyo a la guerra en Irak como un “gran error”21. ¿Cuál fue, entonces, el verdadero propósito de esta guerra? ¿Aumentar la influencia y el poder hegemónico de Estados Unidos en el mundo? ¿Reanimar la economía estadounidense mediante el clásico patrón de la maquinaria de guerra? ¿Reforzar al Partido Republicano y consolidar el proyecto de la derecha neoconservadora tanto en la escala doméstica como en el exterior? No se requiere demasiado esfuerzo para evidenciar los efectos contrarios a estas especulaciones: durante la última década, el poderío estadounidense padece un franco declive22; la economía nacional aún presenta importantes secuelas del quiebre financiero del 2008; el Partido Republicano perdió la presidencia en dos ocasiones y, a pesar de la victoria en las elecciones de medio término en 2014, atraviesa un periodo de extrema incertidumbre para la pugna electoral del 2016. ¿Será que la aventura en Irak fue resultado de un simple capricho de una persona que se adjudicó los poderes ilimitados y unos cuantos miembros de su gabinete envilecidos por la insaciable sed de beneficios propios23? Durante un cuarto de siglo, Irak fue expuesto a una destrucción sin precedente en la reciente historia mundial cuya extensión y magnitud son difíciles de calcular24. Actualmente Irak está sumido en el caos, debido a la violencia crónica, heredera del fracaso que representó la invasión y la ocupación del país por las tropas extranjeras. La absoluta fragilidad de los aparatos del estado, la extrema inseguridad pública, violaciones de derechos humanos, confrontaciones militares fuera de todo control, condiciones infrahumanas que padece la inmensa mayoría de la población local y escasa actividad económica, entre otras, son las señales claras de que una vuelta a la normalidad a corto o mediano plazo resultaría imposible. La existencia de las diferencias políticas, ideológicas, étnicas y religiosas es más un caldo de cultivo para propiciar numerosos conflictos internos que una sólida plataforma para crear un modelo de Estado-nación moderno. El fantasma de una posible desintegración del país partido en tres zonas (una con la mayoría kurda en el norte, otra con el dominio de los sunitas en el centro, y una tercera bajo el control de los chiíes con la notable influencia de Irán en el sur) genera aún más incertidumbre y desesperación en la población. En este momento, las conquistas territoriales por parte del Estado Islámico en Siria e Irak en combinación con las habituales actividades terroristas practicadas por Al-Qaeda representan la mayor amenaza para la seguridad, local, regional e internacional. La inexistencia de una estrategia conjunta de las potencias occidentales para enfrentar esta amenaza y una actitud de subestimación generalizada con respecto al peligro que conlleva el avance del Estado Islámico forman parte del gran juego geopolítico global que se irá desarrollando en los próximos años, si no décadas. En suma, las guerras en Yugoslavia (Kosovo), Afganistán e Irak pueden ser catalogadas como una primera fase del nuevo imperialismo que, al haber utilizado pretextos ficticios carentes de toda legitimidad, prendió una serie de operaciones militares a gran escala, con el fin de aplastar y ocupar militarmente los “estados canalla”, eliminar los regímenes ingratos y sustituirlos por gobiernos sumisos para, finalmente, usurpar las riquezas naturales de estos países con el propósito de obtener inmejorables ventajas geoeconómicas en el mercando mundial. III.- Guerras por los recursos, seguridad internacional y el fascismo energético. La creciente competencia por los recursos y los conflictos que de ella derivan marcarán el curso de las tendencias globales en el presente siglo. Sin embargo, ése no será el único factor a tomar en cuenta para explicar el origen de la inestabilidad y la crisis mundial generalizada. Rivalidades interétnicas, injusticias sociales, desigualdades económicas, fenómenos migratorios, diferentes formas de discriminación y marginación y, sobre todo, la explotación frenética de la mano de obra en escala global seguirán siendo las principales causas de un orden internacional altamente vulnerable a las amenazas de seguridad en todos los niveles. Es un panorama sombrío, poco alentador y sin mucha esperanza para el futuro. A continuación abordaré algunas premisas que nos obligan a redefinir las estrategias que hasta hoy no han podido enfrentar con éxito el daño masivo causado por la prolongada crisis del capitalismo contemporáneo. 1.- El régimen energético del sistema-mundo capitalista basado en la explotación de los recursos fósiles no renovables está en un franco declive. El mercado mundial de la geoeconomía y el poder político-militar se conjugan geopolíticamente y con eso ponen en evidencia el progresivo deterioro de la democracia en los espacios institucionales del sistema internacional. La fusión acelerada de los poderes militares con los intereses corporativos de las grandes transnacionales carente de toda legitimidad genera la sensación de un viejo sueño de Mussolini hecho realidad: un “mercado libre” cercado militarmente. Se trata de un proceso complejo cuya asombrosa continuidad se convirtió en una nueva “gran transformación” (Polanyi, una vez más) ocasionando: a) el desmantelamiento definitivo del Estado de Bienestar y su modelo de gestión político, económico y social; b) como consecuencia de lo anterior, el fin del concepto tradicional de soberanía protagonizada por el estado-nación; c) un giro conservador con respecto a la democracia y su reducción a la “ingeniería electoral” al servicio del gran capital y los intereses ajenos al demos tanto local como globalmente. Al mismo tiempo, transcurría la progresiva privatización de los bienes públicos en todas las escalas (local, estado-nacional, regional y global) afectando significativamente la seguridad humana y su relación con el desarrollo humano y los derechos humanos. Hoy en día existen, por lo menos, seis grandes amenazas a la seguridad humana cuyo denominador común son la competencia por los recursos naturales y el trasfondo geopolítico global. En primer lugar, se consideran las amenazas socioeconómicas que incluyen fenómenos como la pobreza, la migración, las enfermedades infecciosas y la degradación ambiental; el segundo lugar lo ocupan los conflictos interestatales, la mayoría de ellos latentes pero no por eso menos peligrosos; las tensiones internas con las más graves manifestaciones que incluyen desde la guerra civil, los crímenes de lesa humanidad hasta el genocidio, aparecen en el tercer lugar; el cuarto puesto pertenece a la industria armamentista y su correspondiente, cada vez menos controlada, compra-venta de armas de destrucción masiva; el terrorismo y su proyección global reservan el quinto lugar para, finalmente, cerrar la lista con el crimen organizado internacional a menudo alentado por la ausencia de un sistema de Estado de derecho en varios países. En suma, las guerras por los recursos y su escenario geopolítico seguirán afectando en las próximas décadas a los ámbitos de la política internacional, la economía global y el sistema financiero mundial, siendo al mismo tiempo, el principal obstáculo para lograr el deseado equilibrio entre el desarrollo humano, la seguridad humana y los derechos humanos. 2.- Las consideraciones geoestratégicas para asegurar la provisión de los recursos estratégicos a largo plazo incluyen: el control de las regiones donde se extraen los mismos; el control de la cantidad ofertada en los mercados energéticos; el control de la logística y de las vías de transporte de los países productores a los países consumidores (principalmente oleoductos, gasoductos, buques petroleros y otros medios de transporte) y, finalmente; la influencia sobre los precios y la moneda utilizada para la facturación. Se trata de influir sobre cada uno de estos factores; los conflictos armados se realizan con el objetivo de garantizar, a largo plazo, el abastecimiento de los países industrializados a precios aceptables. Ocasionalmente, las guerras por los recursos aparecen disfrazadas de enfrentamientos internos debido a las diferencias político-ideológicas, étnicas o religiosas de carácter local. Esto a veces obliga a los países industrializados crear proyectos multilaterales incorporando también a los países productores, con el objetivo de diseñar nuevas estrategias de seguridad auspiciadas por los marcos institucionales de orden internacional ya existentes. En ese sentido habría que relacionar algunos ejemplos como la creación de la Agencia Internacional de Energía, surgida después de la famosa “crisis del petróleo” de 1973, con la nueva estrategia de seguridad de la OTAN en 1999 (guerra de Kosovo), y la formación de la alianza contra el terrorismo global a partir de 2001 (guerra de Afganistán). Sin embargo, en algunos casos las potencias occidentales (Estados Unidos, principalmente) se adjudican el derecho de preservar su seguridad energética mediante estrategias completamente unilaterales25. Dichas prácticas aumentarán la posibilidad de un enfrentamiento cada vez más pronunciado (aunque no necesariamente militar) entre las superpotencias y los bloques hegemónicos para asegurarse las ventajas que les permitieran, en última instancia, gobernar el mundo. En ese sentido la seguridad energética se tornará el punto crucial de la seguridad nacional para los países potencias, de modo que los mismos se verán obligados a regular el nivel de la demanda para, de esta manera, enfrentar las carencias. Todo indica que en un futuro no tan lejano asistiremos a la intensificación de la rivalidad energética entre, los Estados Unidos y sus aliados europeos en contra de China, India, Rusia y algunas potencias regionales en ascenso. 3.- El actual modelo hegemónico estadounidense está destinado al fracaso. Una estrategia bifronte que contempla la necesidad de asegurarse más recursos energéticos, petróleo sobre todo y, al mismo tiempo, ampliar y afinar la capacidad de intervenciones militares resulta cada vez más difícil de sostener. La estrategia combina las preocupaciones energéticas con el aspecto de la seguridad nacional, pero su objetivo final es la instauración y consolidación de un modelo hegemónico absoluto. Esto no será posible debido a dos razones. La primera tiene que ver con los factores internos que, en últimas décadas, demostraron que Estados Unidos es una potencia en franco declive26. La irreversible perdida de la supremacía estadounidense como potencia en la capacidad de producción material, su creciente fragilidad en cuanto al control absoluto del sistema financiero mundial y la reducción de las ventajas en el área del comercio internacional, prácticamente obligaron a este país enfocar todo su esfuerzo en un ámbito único: el dominio militar. La segunda razón refiere a los factores externos, principalmente vinculados a las actuales tendencias de la política mundial. Entre ellas destacan: el fortalecimiento y la intensificación del fenómeno llamado nuevo meridionalismo27 con el grupo BRICS a la cabeza; una serie de conflictos armados en los que la posición de Estados Unidos se ve debilitada o, más bien, limitada (Siria, Ucrania, regiones bajo el control del Estado islámico, algunos países africanos); la creciente presencia de Rusia y China en el escenario regional latinoamericano y caribeño; el brote de los flujos migratorios hacia el continente europeo y su sus implicaciones en materia de seguridad internacional y; la continua vulnerabilidad de sus intereses estratégicos en Asia Central a pesar de una red consolidada de agrupamientos militares en la zona. 4.- Estamos nuevamente ante la tarea de reexaminar la relación entre el capitalismo y la democracia. Por un lado está el sistema de propiedades, la acumulación y la ganancia individualizada, por el otro, un procedimiento autogestionario, la legitimación y los derechos personales subordinados al bien común. El capital y su lógica nunca han sido compatibles con una democracia genuina. De ahí el nacimiento y la persistencia del modelo de la democracia liberal como forma idónea que permita el desarrollo y la reproducción de las modernas sociedades capitalistas. Pero si, en palabras de Robert Dahl, los ingresos, la riqueza y la posición económica también son recursos políticos y no se distribuyen de manera equitativa, ¿cómo entonces podemos esperar que los ciudadanos disfruten de la igualdad política (Dahl, 1987: 237)? La crisis del paradigma industrial-fordista generó grietas en las estructuras jerárquicas internacionales establecidas después de la Segunda Guerra Mundial y sancionadas por los acuerdos de Yalta y Bretton Woods. Medio siglo después, la transición al capitalismo desorganizado ya descrito en páginas anteriores, ha puesto de manifiesto una crisis de la democracia aún más aguda y desesperanzadora. La concentración y centralización de los poderes políticos, económicos y financieros carentes de toda legitimidad en manos de cada vez menos pero mayores monopolios, apartó la una buena parte de la ciudadanía mundial de los mecanismos de toma de decisiones relevantes tanto para su entorno inmediato como para la escala global. Para paliar los efectos negativos de esta tendencia y amortiguar cualquier posibilidad de un estallido social global, el sistema ofreció una nueva modalidad de aparente participación e inclusión: el capitalismo cognitivo. Se instauró un nuevo régimen de acumulación caracterizado por: a) el papel de los mercados financieros como motores de la acumulación por el lado del financiamiento de las inversiones y como núcleo sobre el cual se mueven los mecanismos de distribución de renta ( un auténtico proceso de financiarización como control biopolítco de la vida en sí); b) el papel de generación (aprendizaje) y difusión (red) de conocimiento como fuente principal de la valorización capitalista en escala global, que lleva a la redefinición de la relación entre el trabajo vivo y el trabajo muerto ( es decir, un proceso de acumulación cognitivo-inmaterial como expropiación de la cooperación de “lo común”, aludiendo al término general intelect procedente del Grundrisse de Marx); c) la desagregación de la fuerza de trabajo en escala internacional, en la secuencia del establecimiento del valor de las diferencias de las subjetividades individuales en un contexto de división cognitiva del trabajo (en este caso, un proceso de precarierización y el control de los excedentes cognitivos)28. El así llamado capitalismo cognitivo acabó con la promesa de una radical democratización de la esfera pública, del pluralismo mediático, de la descentralización del poder social, de la eliminación de la censura y la decomercialización de la cultura en un mercado sin monopolios. Al contrario, hoy más que nunca la humanidad entera padece de un espacio virtual concentrado en “las nubes”, rígidamente supervisado por unos cuantos monopolios corporativos en el que la publicidad basada en el constante monitoreo de usuarios/clientes se tornó el modelo a seguir para el mundo de los negocios. Prácticamente no existe ningún modelo de comunicación electrónica fuera del alcance de los servicios de inteligencia y sus variados modos de espionaje universal. Aquí nadie pone en duda las bondades de la innovación tecnológica que llegan a un importante, aunque aún reducido número de personas. Lo que se cuestiona es la gigantesca manipulación tecnológica para asegurar el estatus quo de una sociedad administrada29. Creemos que, en cada uno de los cuatro puntos analizados en este apartado, existen elementos suficientes para denunciar el gran peligro que conlleva la relación entre las guerras por los recursos, la seguridad internacional y las prácticas encubiertas o explícitas de un fascismo en ascendencia. El rol protagónico de un productor disciplinado del capitalismo fabril pasó al consumidor controlado de un capitalismo cognitivo. La geopolítica clásica y, posteriormente, la denominada crítica cedieron su lugar a una geopolítica posmoderna que convirtió el mundo entero un campo de batalla por los recursos agotables que aún siguen alimentando la idea de un crecimiento y desarrollo ilimitados. La negación de lo común es la negación del individuo y viceversa. ¿Tendrá el futuro la humanidad en la que tan pocos tienen tanto y tantos tan poco? Consideraciones finales 1.- Si bien es cierto que la globalización económica ha transformado al estado-nación en un mero instrumento del capital global, esto tampoco implica la desaparición del poder político. La omnipresencia de los poderes corporativos que concentran la gran masa del capital mundial sigue dependiendo de los aparatos político-militares de los estados que continúan protegiendo a los procesos de acumulación de la riqueza y del poder en sí. Durante las últimas décadas las potencias hegemónicas han recurrido a medios violentos para establecer el control sobre el grifo global del petróleo y algunos otros recursos estratégicos con el fin de lograr el dominio absoluto de la economía global. Se trata de una disputa cuya intensidad es directamente proporcional a la dependencia de unos recursos que posibilitan el funcionamiento de las sociedades modernas. Las guerras por los recursos rompen el esquema del imperialismo como una fusión contradictoria de dos elementos: “la política estato-imperial” y “los procesos moleculares de acumulación de capital en el espacio y en el tiempo” (Harvey). De hecho, la misma contradicción desaparece al instante. Los poderes políticos estatales se acoplan perfectamente a la lógica expansionista de los capitales que no reconocen límites o barreras físico-naturales. Es por eso que las guerras por los recursos representan la mayor amenaza a la humanidad en este momento. Su potencial destructivo tendrá repercusiones incalculables tanto para la sociedad como para la naturaleza. De ahí el principal imperativo que el mundo de hoy tiene que enfrentar: la supresión del fundamentalismo del mercado a través de una regulación democrática y la sujeción del capital al control social con el fin de evitar que las transformaciones globales se conviertan en catástrofes sociales y ecológicas. 2.- Con el propósito de reafirmar su infinita adaptabilidad, el capitalismo concentra todas sus fuerzas en convertir la ecología en un nuevo campo de inversión y competencia en el mercado. Sin embargo, la propia naturaleza de ese riesgo excluye esencialmente una solución mercantil dado el hecho que el capitalismo solo puede actuar en unas condiciones sociales muy precisas: la firme confianza en un mecanismo auto-regulado y guiado por una “mano invisible” que necesariamente hace que la competición de los egoísmos individuales desemboque en el bien común; lejos de ser realidad, esa tendencia pseudo-natural provoca antagonismos que continuamente transforman el capitalismo en un agente socialmente destructivo y naturalmente depredador. Sea como un imperialismo nuevo (entendido por Harvey como acumulación por desposesión) o como un imperio (condición generada por los poderes deseterritorializados omnipresentes en la clave de Hardt y Negri) el capitalismo se encuentra hoy en día, contrariamente a lo que predican sus defensores, ante el mayor desafío en su historia: ser transformado (con o sin fuerza) en un proceso de revolución permanente. Sería una revolución de dos vías simultáneas: una que busca la emancipación (lucha de la libertad de la identidad) y la otra que procura la liberación (libertad de la auto-determinación y auto-transformación). En ambos casos el dicho proceso implicaría la creación de una nueva humanidad. Una alianza definitiva entre los poderes contra-hegemónicos y los movimientos anti-sistémicas podría ser la señal de que lucha está por comenzar. 3.- Nos encontramos ante una crisis sistémica de larga duración. En el capitalismo la crisis ha sido ajustada a una modalidad que sirve para subordinar el orden polítco-social a las lógicas del mercado y la dinámica de la razón económica. El frenesí neoliberal de las últimas décadas difícilmente podrá ser detenido con las medidas intervencionistas neokeynesianas. Por el momento, la única salida viable está marcada por una recuperación económica inscrita en las estrategias geopolíticas adoptadas por algunos agentes que dominan el espacio de la configuración de los poderes globales. Los escenarios posibles a mediano plazo podrían ser estos tres:
La existencia de la humanidad significa sencillamente: que vivan hombres. El siguiente mandato es que vivan bien. El imperativo ontológico es el mandamiento de que debe seguir habiendo humanidad.
Hans Jonas, Principio responsabilidad.
Se verá…, que desde hace mucho tiempo el mundo posee el sueño de una cosa de la que tan sólo le falta tener conciencia para poseerla realmente. Karl Marx, Carta a Ruge, septiembre, 1843.
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2 Lash y Urri en su emblemático texto The End of Organized Capitalism, tratan de descubrir las causas del estancamiento del progreso capitalista, usando los términos organizado y desorganizado para describir, de esta manera, el cambio del paradigma en los patrones productivos y de acumulación en un capitalismo cada vez más desintegrado. La producción desmaterializada, el trabajo automatizado y las ventajas comparativas tradicionales evaluadas por la intensidad del conocimiento y la acumulación flexible en manos de cada vez menos pero mayores monopolios, descansan sobre una plataforma de desregulación en, prácticamente, todas las áreas del marco productivo capitalista (Lash y Urry, 1987). 3 Basta con improvisar aquí un breve análisis comparativo entre la guerra en la modernidad temprana (posteriormente clásica), y los diferentes conflictos bélicos en la actualidad. Mientras en aquel entonces la guerra se definía como un momento conflictivo de “todos contra todos” (Hobbes) cuyo final casi siempre se constituía mediante un tratado de paz y el surgimiento de un nuevo orden, hoy en día asistimos a un macabro juego de promoción continua de guerra como un factor preponderante en la conservación del orden ya establecido. La guerra dejó de ser un elemento creador del orden mediante la paz y se volvió un instrumento que, mediante la estricta aplicación de disciplina y control (Foucault dixit), perpetua el orden dado. Tal vez la manifestación más drástica de esta transformación es la militarización de la política. En un pasado no tan lejano, era la política que decidía sobre los asuntos de la guerra, hoy es la guerra que decide sobre los asuntos de la política. Vista como si fuera una relación social permanente y elevada al nivel global, la guerra surge como la única posibilidad de restaurar el sistema capitalista mundial. Sobre este tema existen varios textos sumamente detallados y sugestivos, sobre todo los de Hardt y Negri (2004), Harvey (2004), Arrighi y Silver (2001) y Amin (2003). 4 Al describir este proceso, Polanyi con mucha razón afirma que, la forma en la que la realidad naciente del capitalismo llega a nuestra conciencia es la de economía política y que dicha realidad naciente era una sociedad en la que en lugar de que la economía esté incrustada en las relaciones sociales, las relaciones sociales están incrustadas en el sistema económico (Polanyi, 1992: 55-65). 5 David Harvey describe esta contradicción afirmado que “los políticos y los hombres del Estado buscan normalmente resultados que mantengan o aumenten el poder de sus propios Estados frente a otros, el capitalista busca beneficios individuales y solo es responsable ante su círculo social inmediato (aunque se vea limitado por las leyes)…” (Harvey, 2004: 40). 6 John Bellamy Foster y Brett Clark recuperan las ideas de Alfred Crosby quien en 1986 publicó un texto bajo el título de Ecological Imperialism: The Biological Expansionon of Europe, 900-1900, en el que este historiador estadounidense planteaba que “la introducción de la flora y la fauna del Viejo Mundo en el medio ambiente del Nuevo Mundo produjo explosiones demográficas con efectos negativos sobre las especies nativas” (Foster y Clark, 2004: 231-232). Pero, los autores con mucha razón enfatizan que la “expansión biológica” de la que habla Crosby no tiene en absoluto “ninguna vinculación directa con el imperialismo en tanto fenómeno político económico” (Foster y Clark, 2004:232). Es decir, el imperialismo ecológico operaba como una fuerza “puramente biológica”. 7 En la actualidad, las guerras y las zonas de tensiones ofrecen una gran variedad de confrontación bélica: conflictos internacionales, guerras civiles, graves disturbios internos, movimientos independistas, disputas fronterizas, aunque paralelamente se registran negociaciones en curso y esfuerzos para lograr acuerdos de paz. La distribución geográfica de las nuevas guerras se concentra en un primer eje que va desde los Balcanes (Bosnia, Kosovo), se extiende al Cáucaso (Chechenia) y Oriente Próximo (Palestina, Líbano), para llegar a Oriente Medio (Irak), Asia central (Afganistán) y subcontinente indio (Cachemira). Un segundo eje se localiza en el continente africano desde el golfo de Guinea (Sierra Leona), hasta África central (República Democrática del Congo, Burundi, Ruanda…) y oriental (Sudán, Eritrea, Somalia). Un caso específico que entrelaza los dos ejes es la presencia de Estado islámico (ISIS) desde Irak y Siria, atravesando la península arábica para llegar a Libia, Nigeria y la zona de África occidental. 8 El Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI) en su informe para el año 2014 publica que, a pesar de una leve baja de 0,4% en términos reales, el monto actual de gasto militar mundial llega a 1,67 billones de euros, alcanzando así un increíble 2,4% del PIB mundial. Además, este valor es significativamente superior al de los niveles existentes a finales de los años 1980. Los países que encabezan la lista son: 1) Estados Unidos (41% del gasto militar total mundial); 2) China (8,2%); 3) Rusia (4,1%); 4) Reino Unido (3,6%); 5) Francia (3,6%); 6) Japón (3.4%); 7) Arabia Saudita (2,8%); 8) India (2,7%); 9) Alemania (2,7%); 10) Brasil (2%). http://www.sipri.org/yearbook/2014/files/sipri-yearbook-2014-resumen-en-espanol
9 Nuevamente aquí David Harvey contribuye enormemente en la aclaración de este proceso haciendo la diferenciación entre tres modalidades de acumulación que garantizan la continuidad de reproducción del capital: 1) el paradigma neoliberal centrado en la doctrina del mercado total, pero al mismo tiempo arropado por un blindaje jurídico-institucional con el fin de perpetuarlo; 2) la acumulación por desposesión que, en términos generales, representa una actualización de la acumulación originaria tal y como fue descrita por Marx en el capítulo XXIV de El Capital; 3) la tercera modalidad utiliza como instrumento la devaluación masiva de activos para, de esta manera, enfrentar el problema de sobreacumulación (Harvey, 2004: 116-121). 10 Hasta el día de hoy no quedan claras las razones por las que la OTAN movilizó y uso una cantidad de fuerza bélica tan desproporcionada con respecto al enemigo y los “nobles propósitos” de esta guerra. Durante 11 semanas de bombardeos fueron parcial o totalmente destruidos: 25 mil viviendas, 14 aeropuertos, 19 hospitales, 20 centros de salud, 18 guarderías, 69 escuelas, 176 movimientos y complejos culturales, 44 puentes, 470 km de carreteras y 595 km de vías férreas. Se registraron 2300 ataques aéreos sobre 995 blancos, llevados a cabo por 1150 cazas bombarderos que lanzaron 440.000 proyectiles cuya masa total equivalía a 22.000 toneladas de explosivos. Sobre el suelo yugoslavo cayeron también 1300 misiles crucero y 37000 bombas de racimo (un arma que nada tiene que ver con las violencia basada en razones humanitarias) incluyendo a la munición con el uranio empobrecido (prohibida por diferentes convenios de carácter internacional). Murieron más de 4000 personas y el número de heridos fue de 12500. (NATO Crimes in Yugoslavia. Documentary Evidence. Federal Republic of Yugoslavia, Federal Ministry of Foreign Affairs, Belgrade, 1999) 11 Las reservas probadas de los recursos estratégiso en Kosovo (principalmente, los minerales) fueron valoradas por 13.5 mil millones de dólares, cifra que arrojó una investigación de la Dirección de minas y minerales kosovar auspiciada por el Banco Mundial. Para mayor información se puede consultar: http://kosovareport.blogspot.com/2005/01/world-bank-survey-puts-kosovos-mineral.html 12 La KFOR (siglas en inglés de Kosovo Force) es la fuerza internacional para la paz y estabilidad de Kosovo encabezada por la OTAN que entró a esta provincia serbia (hoy un Estado autoproclamado independiente y reconocido por un centenar de países) dos días después de que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara la resolución 1244 con el propósito de mantener el orden y la paz en el territorio que Estado serbio sigue considerando suyo. 13 Hasta ahora el estudio más completo sobre este tema es el texto del politólogo serbio Viseslav Simic. Vease su libro Kosovo - neocon ground zero of the international political order & neoliberal license to pillage. (Simic, 2014). 14 Resulta curioso que, al acusar el gobierno talibán de promover el terrorismo y, en particular, dar refugio a Bin Laden brindando el apoyo logístico a Al-Qaeda, ni la administración de Bush ni la de Obama pudieron ofrecer una sola prueba material que avale dicha acusación y, de esta manera, justifique la guerra. Al contrario, prevalecen muchas dudas que ni siquiera fueron despejadas con el voluminoso informe a cargo de una Comisión Nacional y publicado el 22 de julio del 2004. De los 19 terroristas señalados como autores materiales de los atentados, 16 eran de nacionalidad saudí, uno egipcio y uno más de Emiratos Árabes Unidos. Ninguno era afgano y tampoco procedía de este país. Por otro lado, la búsqueda de Bin Laden que duró casi 10 años, terminó con una operación ultra-secreta logrando asesinar al líder de Al-Qaeda en el territorio de Pakistán, un país aliado de Estados Unidos. La ausencia de algunos datos aclaratorios sobre las circunstancias previas a los atentados y de cómo fueron ejecutados, dio lugar a mucha especulación y teorías de conspiración, pero también a interpretaciones críticas que, a pesar de no haber logrado contradecir completamente la versión oficial de los hechos, reforzaron la poca credibilidad de la opinión pública mundial acerca de lo que verdaderamente sucedió en aquella trágica jornada del 11 de septiembre del 2001. Entre múltiples versiones que intentan desmitificar el enigma de los atentados, figura el libro de Tierry Meyssan, La terrible impostura (2002). 15 Después del Golfo Pérsico, el Mar Caspio es la segunda zona más rica de reservas de petróleo a nivel mundial. En vísperas de guerra en el año 2000, las reservas confirmadas oscilaban entre 18,4 y 34,9 miles de millones de barriles, mientras la estimación de las reservas posibles llegaba a 235 mmb. Por otro lado, las reservas confirmadas de gas natural tenían un margen entre 6.6 y 9.4 billones de metros cúbicos (bm3) (Klare, 2003: 117). Al terminar la década y sin contar las partes adyacentes al Mar Caspio de Irán y Rusia, las reservas petroleras de Azerbaiyán, Kazajistán, Turkmenistán y Uzbekistán llegaron a 38.2 mmb en 2012 y las reservas de gas natural el mismo año registraron la cantidad 20.8 bm3 (BP Statistical Review of World Energy, junio de 2013). 17 Los datos pueden consultarse en: <http://www.unodc.org/documents/cropmonitoring/Afghanistan/Afghanistan_opium_survey_2009_summary.pdf 18 Tanto Afganistán como Kosovo representan el ejemplo vivo de un “Estado fallido”, debido a los elevadísimos niveles de corrupción, actividades criminales y la notoria ausencia de la aplicación de leyes. Además, Kosovo presenta un alarmante nivel de contrabando de armas, autos, tráfico ilegal de personas y prácticas de lavado de dinero, entre otras actividades delictivas. Para más información se recomienda el texto de Viseslav Simic Kosovo – neocon ground zero of the international political order & neoliberal license to pilage (2014). 19 La invasión y ocupación de Irak por Estados Unidos y sus aliados con mucha frecuencia ha sido catalogada como una “guerra por el petróleo”. Es una afirmación difícil de negar. Con cierta dosis de ironía, podríamos decir que, si en lugar de tener petróleo los iraquíes se hubieran dedicado al sembradío de zanahorias, probablemente su país jamás sufriría una agresión de semejante magnitud. Pero, llama la atención el hecho de que las principales compañías petroleras del mundo occidental aun antes de esta guerra prácticamente habían llegado a varios acuerdos con el gobierno iraquí que les garantizarían importantes privilegios en el mercado mundial energético que suponía además de jugosas ganancias, una estabilidad relativa en cuanto a la extracción y distribución del crudo en la zona. Existió pues, una segunda razón no menos importante, que detonó la guerra contra Irak. El 24 de septiembre de 2000, el gobierno de Saddam Hussein anunció que Irak comenzaba la transición de sus exportaciones de petróleo del dólar al euro con clara intención de promover la moneda europea compitiendo con el dólar. La revista Time del 13 de noviembre de 2000 publicó una nota en la que a Sadam Hussein poco le importaba la devaluación del euro con respecto a la moneda estadounidense y que no había más razones para que las exportaciones petroleras de Irak sigan favoreciendo el régimen de petrodólares bajo el control absoluto de Estados Unidos. 20CIA World Factbook, estimaciones 2014. https://www.cia.gov/library/publications/the-world-factbook/geos/iz.html 21 Entre ellos, destaca Hillary Clinton que, en su campaña por la presidencia, declaró en una conferencia de prensa celebrada el 19 de mayo 20015 en Cedar Falls, Iowa, que su “aprobación a la guerra fue un error. Así de simple”. http://www.politico.com/story/2015/05/hillary-clinton-iraq-war-vote-mistake-iowa-118109.html Por otro lado, el destacado economista Paul Krugman, afirmó en el New York Times del 18 de mayo 2015 que “la guerra de Irak no fue un error inocente, sino un crimen cometido voluntariamente por George W. Bush”. http://www.nytimes.com/2015/05/18/opinion/paul-krugman-errors-and-lies.html?rref=collection%2Fcolumn%2Fpaul-krugman
22 Uno de los estudios más detallados y con un nivel de argumentación prácticamente irrefutable ofrece Immanuel Wallerstein en su libro The Decline of American Power (2003). 23 Son ampliamente conocidos los lazos que la primera línea de funcionarios del gobierno de Bush hijo (Cheney, Perle, Wolfowitz, Rice) tenían con las principales empresas que forman parte del complejo militar-industrial estadounidense (Halliburton, Exxon Mobil, Chevron-Texaco, Carlyle Group, etc.). Con todo el peligro que implicaría el intento de reducir una tragedia de proporciones gigantescas a la frase businessas usual, no se puede dejar de lado que, en algunos casos, los intereses particulares, modifican sustancialmente el panorama geopolítico global (Mihailovic, 2005: 61). 24 El Ministerio de Salud de Irak reporta una cifra de 151.000 muertos entre el 2003 y 2006, pero varios organismos internacionales y fuentes independientes consideran que la cifra podría alcanzar alrededor de 2.7 millones de muertos a causa de la violencia y las privaciones impuestas por la guerra. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=197277&titular=2-7-millones-de-iraquíes-muertos-por-la-violencia-y-las-penurias-de-la-guerra-
25 Un ejemplo era la creación de National Energy Policy Development Group (NEPDG) en 2001, proyecto promovido por George W. Bush y dirigido por Dick Cheney. 26 Uno de los análisis más completos y mejor argumentados lo hizo Immanuel Wallerstein en su The Decline of American Power,New York, New Press, 2003. 27 Reconozco aquí la gran deuda que tengo con el reconocido geógrafo brasileño André Martín quien fue primero en introducir este concepto en el debate sobre la política mundial. Ambos coincidimos que el nuevo meridionalismo como un modelo de análisis y un fenómeno en expansión, con paso del tiempo, tendrá mayor impacto no sólo en los círculos académicos y la opinión pública mundial, sino también en el diseño de la política y la economía internacional en el contexto global. Más información al respecto puede encontrarse en mi texto Geopolítica y Orden Global: posibilidades para un Nuevo Merdionalismo (Mihailovic, 2007) y en el artículo escrito por geógrafo brasileño Edu Silvestre de Albuquerque Teoría geopolítica meridionalista de André Martín (Silvestre de Albuquerque, 2014). комментарии - 2820
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